martes, 21 de enero de 2014

El otro lado

Nos conocimos por un amigo, los dos acabábamos de terminar con nuestras parejas y andábamos con los corazones astillados. Fue rápido encender el fuego. Ella vivía con una amiga desde hacía un año. Yo buscaba a alguien para compartir piso. Cuando fui a buscar las maletas a su casa la amiga me dijo: ¡Qué bueno que te la llevas! Me tiene harta.


Siempre iba en bicicleta. A todos lados. No importaba cuan lejos quedara. Atravesaba los códigos postales como quien cambia de canales en la tele. Yo no podía entender de dónde sacaba tanta fuerza. En algún momento intenté contar los kilómetros que hacía, pero perdí la cuenta.  Las primeras semanas fueron agotadoras. Si por ella fuera, no hubiéramos parado una noche en casa. Conciertos, fiestas, maratones, festivales, caminatas. Se interesaba por casi cualquier cosa que la tuviera activa. Incluso me miraba con desprecio cuando me encontraba tirado en el sofá leyendo un libro.


 Un día vino mi mamá a comer a casa. Le pedí que me hiciera una de esas kitsch de jamón y queso que me hacía cuando era niño. Ella estuvo toda la mañana nerviosa. Hacía pocas semanas que vivíamos juntos, aún no conocía a mi madre y mucho menos a sus kitsch de jamón y queso. Si quieres saber cómo era yo de niño tienes que probar esto, le dije. Comió una porción y se encerró en el baño media hora.

 Pasó casi un mes hasta que descubrí, por casualidad, lo que pasaba en mi casa. Habíamos ido a una fiesta de navidad en casa de unos amigos. Tocaba una banda y había un montón de gente. En mitad de la noche, un invitado al que no conocía de nada me vino a hablar:

- Te entiendo tío. Sé lo difícil que resulta.

- ¿Qué entiendes? ¿Qué resulta difícil?

- Nada, que yo también tengo una hermana con anorexia.

 Me sentí el hombre más idiota del mundo. ¿Cómo no lo había notado? ¿Por qué no me había dicho nada? ¿Cómo fue capaz de ocultarme una cosa así? ¿Quién era esa mujer que vivía conmigo y andaba en bicicleta? Pues muy fácil, no tenía la menor idea de que era la anorexia. Había visto algo, en alguna de esas campañas esporádicas que salen en la prensa o en la tele. Sí, ella estaba muy delgada, pero jamás pensé que pudiera tener anorexia. De hecho, logró convencerme por un tiempo más de que había tenido la enfermedad, pero que ya había pasado, que ya podía controlarlo.

 A medida que investigaba sobre el tema, las cosas se iban ordenando. Las visitas al baño, los pepinillos en vinagre, los cambios de humor, la locura con la bicicleta. Cuando al fin supe de qué se trataba la anorexia, sentí una extraña tranquilidad. Estaba seguro de que podría ayudarla, y que en un tiempo nos reiríamos de toda esa locura. Lo primero que se me ocurrió fue hacer un viaje. Coger el coche, una mochila, una tienda de campaña y recorrer la costa andaluza. Desde Huelva a Cabo de Gata. Empezar de cero, hacer las cosas bien. A ella le encantó la idea y partimos a los pocos días. A medida que avanzábamos por la carretera, casi podían verse caer los malos recuerdos por el retrovisor (el único espejo que usaríamos durante el viaje). Lo que no sabíamos era que la anorexia también venía con nosotros.

 Llegando a Cádiz tuvimos una discusión muy fuerte. Habíamos parado en una terraza a tomar una cerveza y a comer unos pescaditos fritos. Hablamos de la próxima ciudad que visitaríamos y de lo orgulloso que estaba por lo bien que estaba llevando las cosas. Pensaba que cuando volviéramos a casa, todo estaría solucionado. En un momento ella me dejó con el mapa, y se levantó para ir al baño. La seguí sin que me viera, para confirmar que todo seguía bien. Cuando estuvo dentro me acerqué un poco más y la escuché vomitar. Estuve a punto de darle una patada a la puerta, pero justo pasó el camarero y me contuve. Cuando salió del baño y me vio ahí parado se quedó dura.

Pagamos y fuimos hasta el coche sin hablar. No podía creer que lo estuviera haciendo otra vez. Todos los pequeños logros se desmoronaron en un minuto. Cuando arrancamos, ella aún estaba en trance, me repetía que la comida le había caído mal, que el pescado estaba malo, que los fritos... pero yo conocía muy bien esos gestos, esa mirada.

Era de noche y la carretera que nos llevaba al camping era un agujero negro. Ella lloraba y a mí me hervía la sangre. En un momento, no sé como pasó, perdí el control del coche. Terminamos clavados en la banquina. Contusiones leves y un poco de sangre. Fin del viaje. Cuando llegamos a casa por fin habló.

- Hace tiempo que quería decirte que me estoy muriendo. Tienes que entender. Yo no soy yo. Y quiero que me quieras así, matándome.

Cada vez nos soportábamos menos, no nos podíamos ni ver. A ella la consumía la anorexia, a mí la frustración y la impotencia. Parecíamos dos zombies desesperados. Pasábamos de la ansiedad a la depresión cada dos horas. Se nos caía el pelo y las uñas. Pero sobre todo las lágrimas, grandes como pepinillos en vinagre. Fue recién entonces cuando decidimos pedir ayuda. Acudir a Adaner fue lo mejor que pudo pasarnos. Hoy hace casi cuatro años de todo eso. Fue un trabajo muy duro, pero lo hemos conseguido. Estamos tan contentos desde que nació Manuel, que estamos pensando en tener otro hijo. Esta noche viene mi mamá a cenar a casa, me dijo que traerá una kitsch de jamón y queso.

Como cuando era niño.


Autor: Pablo Caspe, participante del II Concurso Nacional de Corto Literario Adaner Murcia

martes, 7 de enero de 2014

¡Hola Anorexia!; ¡Adiós, Anorexia!

Relato ganador del II certamen nacional de Corto Literario de Adaner Murcia



        ¡Hola Anorexia!

         ¡Adiós, Anorexia!

¡ 


¿      ¿Qué tal, muchacha? Hace tiempo que quería hablar contigo. ¿Me conoces?

-         Desgraciadamente, sí. Te he visto en las revistas, en la televisión y paseándote por las pasarelas de moda. Te he visto también cerca de varias de mis amigas y conocidas, y he oído a mucha gente mencionarte, adolescentes, jóvenes, médicos y padres, incluso niños. Todo el mundo habla de ti con miedo y yo puedo decirte que no tengo interés en conocerte más a fondo.


-         Verás, creo que me necesitas. He mirado en tu armario y usas ropa de la talla 42 e incluso algún pantalón es de la 44 ¡Qué horror! Además, tus mofletes parecen de gelatina y las caderas se te marcan hasta con abrigo.


-         No me importa. Estoy contenta conmigo misma, doy valor a otras cosas. Sé que no soy perfecta, pero al menos soy yo, no mi esqueleto.


-         Escucha, come menos y perderás peso. Te alegrarás y seguirás comiendo cada vez menos. Y, si algún día te pasas, no te preocupes, vomitas y en paz. Con la talla 38 estarás preciosa. No se llevan las chicas como tú, la verdad es que eres diferente.


-         Te he oído, pero ahora escúchame tú a mí. Verás lo que pasará. Adelgazaré, perderé energía y, lo que es peor, perderé mi fuerza de voluntad. Mis nervios saltarán por los aires, mi estómago vomitará cuando quiera y cuando ya no quiera hacerlo, mis piernas no me sostendrán, no me interesará estudiar, ni salir con los amigos y, poco a poco, ni vivir. Entraré en una talla 38, quizá en una 36 si me acerco más a mi muerte, pero también entraré, si tengo suerte, en un hospital. Me conectarán suero, me obligarán a comer, asistiré a sesiones con un psiquiatra, seré una enferma de por vida, siempre expuesta, si logro salir adelante, a una recaída. Atendida permanentemente por la Asociación que trata de que te abandonemos cuando formas parte de nosotras.  Y mientras, mi familia y mis amigos sufrirán y yo habré perdido para siempre algo tan valioso como la salud.


-         Pero piensa en las modelos, en lo importante de mantener una buena imagen para conseguir un trabajo, en los chicos. Nunca participarás en un “casting” con ese aspecto y ese peso. No harás publicidad, ni saldrás en las revistas.


-         ¡Olvídame! Detesto a la recua de horteras, más o menos delgadas que me acosan desde la tele y las revistas del corazón. No quiero que me ataquen y me agobien sin piedad. No creo que en la vida sea lo más importante “negarse a engordar”, “negarse a envejecer”, “negarse a estar triste”. Eso no es vida.


-         Te quedarás sola. Cada vez tengo más aliadas, ya lo habrás oído. Y también chicos, no te creas. Y hasta personas mayores.


-         También hay cada vez más gente sensata, gente con la cabeza en su sitio, gente que sabe qué cosas valen y cuáles no. Mira, hay demasiados modelos a los que parecerse y nunca es suficiente. Nunca eres lo bastante joven, lo bastante guapa, lo bastante inteligente y, sobre todo, lo bastante delgada para nada. Siempre alguien te gana porque cuando alcanzas una “miserable meta” ya no vale. Alguien la ha superado. No debemos exigirnos tanto para conseguir tan poco.


-         Entonces ¿qué es lo que valoras tú?


-         Te voy a explicar. Con el peso y la talla que tengo, tengo también infinidad de amigos, soy alegre y solidaria. Mi risa se oye de lejos, tengo interés por mis estudios, quiero viajar, conocer gente, trabajar luego, formar mi familia. ¿Crees, ignorante, que para todo eso hay que tener el vientre plano y entrar en la talla 36? Yo estoy orgullosa de mi misma, con mis defectos y mis fallos, que son muchos, no creas. Pero me gusta mi pelo brillante, mi piel tostada en verano y en invierno, mis piernas, que me permiten correr, subir y bajar escaleras y…. bailar. Estoy contenta con mis ojos, no transparentes de puro azules ni de onduladísimas  pestañas, pero que me  permiten llorar ante una pena y hacer un guiño a la esperanza cada día. También soy feliz con mis dientes, perfectos gracias a la ortodoncia, y con mis manos de dedos ágiles para cualquier tarea y rápidos en la escritura. Y no digamos de mi memoria, que es bastante buena, de mi capacidad de comprender a los demás, de mi afán de superación, de mi familia, de mis amigos…. Creo que tengo mucho por hacer y, lo primero de todo, respetarme y amarme a mí misma. Y te digo más, por mis muchas virtudes, creo que voy a entregarme un buen Diploma.

Hay que empezar a ser cada una como es y no como se espera que sea, todo para que unos cuantos se queden tranquilos. Deseo que quienes han pactado contigo sean capaces de abandonarte y ver lo bueno que hay en ellos mismos. Nunca en ti.

-         Adiós, muchacha.


-         Adiós, anorexia.

Autora: Juncal Baeza