Espero que mi reflexión sirva de apoyo para todas aquellas personas que están luchando contra la enfermedad y de motivación para los que aún no han decidido dejarse ayudar. Sí hay salida.
Tengo un terapeuta al que le gustan mucho las metáforas y
entre pasajeros y zanahorias siempre nos pregunta si la vida se nos acorta o se
nos alarga cuando hacemos lo que queremos o lo que no. Antes no sabía muy bien por
qué me decía que la vida se alarga cuando sigo los consejos del equipo del
centro de día, pensaba que era una tontería pues iba a vivir igualmente, quizás
duraría hasta los 100 años o quizás al día siguiente tendría un mortal
accidente de coche… Ahora comprendo que no es una estupidez y no interpreto la
vida como el periodo en años que habitamos la tierra como seres vivos, lo que pienso
es que la VIDA es el día a día, los rellenamos a nuestro antojo y disfrutamos y
aprovechamos lo que tenemos en pequeños instantes que se convierten en alegría,
preocupación, amor, ansiedad, tristeza, ilusión, odio, sorpresa… que harán en
conjunto una novela más grande o pequeña dependiendo de tu conciencia sobre
esos instantes.
Mi novela era grande antes de caer en la anorexia, podría escribir
mil relatos al terminar el verano contando lo morena que me puse en la playa,
los granizados con mis amigas en las largas tardes calurosas, lo a gusto que me
sentí al hacer el amor con mi novio después de cenar en la terraza del bar, la
cantidad de amigos que hice ese sábado en la fiesta ibicenca, lo mucho que me
gustaba que me vieran cuando estrené vestido y sandalias, lo bien que me
sentaba merendar con mis primas en las escaleras de mi piscina… Cuando la
anorexia debutó en mi cuerpo y mente esa novela se resumió en tan poca cosa que
cabría en un twitt:
“Vivo pensando en cómo calmar mi hambre sin comer y
deseando que el peso al día siguiente marque una cifra más baja”
En ese infierno constante solo era capaz de ver la
recompensa reflejada en la báscula pero iba más allá. Mi cuerpo se autodestruía
a un ritmo veloz, ya ni recuerdo lo que es tener la regla (Con los riesgos
óseos que ello conlleva), la libido inexistente empeoraba la relación con mi
pareja, la cual era nefasta al sumarle mis malos humos. La huella de que me había
duchado era evidente pues dejaba más cabello en la ducha que el que me llevaba.
El frio lograba pasar la piel para penetrarse sin salir en mis huesos pues no
encontraba ningún obstáculo entre ambos, el desgaste articular me avisaba por
las noches cuando el dolor de rodillas y tobillos no me dejaba dormir, además daba
las gracias a los momentos del día en que tenía fuerza en los dedos de los pies
pues no me gustaba parecer coja. El miedo constante a no despertar al día
siguiente hacia que antes de acostarme diera un bocado a una manzana, pero era
alargar mi sufrimiento (Es como el fumador que se reduce la dosis a un piti, está
ocupando más tiempo del día en pensar que llegue ese cigarrillo). Llegaba un
momento en que no me gustaba mi cuerpo (Mis huesos mejor dicho) pero la furia
de la fiera anoréxica me había atrapado, era demasiado tarde… Ojalá alguien me
hubiera rescatado a tiempo para hacerme ver que no vale la pena vivir así. Rescatarme
antes de aislarme, perder confianza con la gente por la desgana de socializarme
y antes de ver a mis padres como unos enemigos por alimentarme en sus intentos
desesperados de que no desfalleciera.
Tras casi 6 meses de trabajo en el centro de día mi vida va
cobrando sentido, ahora me creo que vuelva a reír, tener ganas de salir, hacer
el amor, quererme, respetarme, disfrutar del día a día…. Ya no pienso las 24
horas en comida, soy capaz de concentrarme estudiando, mis amigos vuelven a
contar conmigo al ver mi interés por ellos, con sus más y sus menos que tienen
todas las familias ya me llevo mejor con mis padres. Ya no me canso al andar o simplemente
al hacer vida normal y no es porque haya recuperado peso de un día para otro
como la mayoría de las personas que sufren un TCA piensan. En realidad lo
piensa la enfermedad, sus pensamientos irracionales que inhabilitan tu verdadera
voz. Te hacen creer cosas increíbles, como que la cena aparecerá fijada en tu
trasero a la mañana siguiente. Es tan fácil como comprender que para que tu
coche ande necesita gasolina, si no fuera así ¿Por qué el resto de la gente que
se alimenta de forma normal no cambia? Pero claro, el demonio a veces no deja
salir al angelito, el cual hará el papel del contador del depósito del coche y
te hará creer que si paras a repostar el combustible no cabrá, rebosará y saltará
del depósito. Conforme han ido desapareciendo esos cuentos chinos me he ido encontrando
mejor.
Recuerdo cuando al empezar el tratamiento una chica, de mi
pueblo, que estuvo en el centro me dijo que era cierto que se volvía a agradecer
alimentarse, me preguntó: “¿A qué una empanadilla para almorzar está buena?
Llega un momento en que te la comes, la disfrutas y no la llevas todo el día en
la cabeza…” Me vino a la mente en ese instante las empanadillas del Mariano que
mi madre compraba cuando teníamos excursión, tan buenas… ¡Pero contesté que no!
Ahora sé que no es así, si me gustan y mucho y aunque aún me falte mucho por
trabajar son esos pequeños detalles los que hace posible recuperar tu vida. Nos
volvemos tan mentirosos que no solo negamos que nos gusten las empanadillas, tenemos
también que fingir dolor de barriga cuando tu novio se dispone a invitarte a
cenar, cuando buscas falsos quehaceres para aprovechar y pesarte… lógicamente entre
tanto calvario mentiroso nadie se puede sentir bien... O si, esa pareja que si
puede tener una cena romántica en el italiano; la clave es darte cuenta que no solo
ellos se lo pueden permitir, sino todo lo podemos hacer ¡Y no pasa nada!
Podría seguir redactando la novela, contando los cambios a
positivo que en estos seis meses he experimentado durante mucho tiempo, haciéndola
cada vez más larga pero, me despido ya, voy a seguir curándome."
Entrada hecha por: Dra. Knowless